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martes, 23 de mayo de 2017

CRONISTAS PROVINCIALES DE GUADALAJARA: MANUEL SERRANO SANZ Y FRANCISCO LAYNA SERRANO

CRONISTAS PROVINCIALES DE GUADALAJARA: MANUEL SERRANO SANZ Y FRANCISCO LAYNA SERRANO


Manuel Serrano Sanz y Francisco Layna Serrano ocuparon los puestos 3º y 4º en el orden de los Cronistas provinciales de Guadalajara, nombrados por su Diputación provincial.

   Don Manuel Serrano Sanz, Catedrático de Historia en la Universidad de Zaragoza, perteneció al Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios, en el que, en Madrid y su Biblioteca Nacional, comenzó su labor investigadora.

Nació en Ruguilla (Guadalajara), el 1 de junio de 1866 y murió en Madrid, el 6 de noviembre de 1932, dejando escritas y publicadas más de cien obras, principalmente sobre historia de América, siendo reconocido como uno de los primeros escritores americanistas.




A su fallecimiento fue nombrado para sucederle en el cargo de Cronista provincial s sobrino, Francisco Layna Serrano, quien habá nacido en Luzón (Guadalajara), el 27 de junio de 1893.

Desempeñó el carg hasta su fallecimiento, el 8 de mayo de 1871, en Madrid, siendo enterrado al día siguiente en Guadalajara.

Se licenció en Otorrinolaringología en Madrid, donde desempeñó su carrera, dejando para la historia de Guadalajara diez volúmenes en los que se condensa su obra histórico-literaria, además de decenas de estudios y trabajos publicados principalmente en prensa.

Es el historiador más reconocido de la provincia de Guadalajara, a lo largo del siglo XX.

Las vidas y obras de ambos cronistas se trazan en estas obras que hacen memoria, y recuerdo, de sus personas, y su talante histórico y literario.

sábado, 25 de marzo de 2017

FRANCISCO LAYNA SERRANO. El nombre de Guadalajara

FRANCISCO LAYNA SERRANO
El nombre de Guadalajara

Tomás Gismera Velasco

“Nací en un pueblo llamado Luzón, perteneciente al antiguo señorío de Molina, en la provincia de Guadalajara, y puede decirse que no lo conozco pues teniendo uso de razón solo estuve en él una tarde con el objeto exclusivo de ver en qué clase de lugar vine al mucho, hecho acaecido en la madrugada del 27 de junio de 1893; por cierto, muchas prisas sentí por asomarme a este valle de lágrimas pues nací sietemesino y estuve dos meses entre la vida y la muerte, hasta que cumplido el plazo natural de la existencia intrauterina, la robustez progresiva fue sustituyendo a la endeblez primera”.

Esto lo escribía don Francisco Layna Serrano muchos años después de su nacimiento, cuando el tiempo y la edad, que todo lo curan, le habían llevado a conocer su pueblo natal; se había fortalecido en la cultura y el estudio y, por si fuera poco, era una figura, prácticamente, a nivel nacional. Don Francisco no quería ser médico, como lo fue su padre o su tío Félix, sino historiador, como lo fue su tío Manuel Serrano Sanz. Sin embargo, se licenció en Medicina.

Claro está que primero estudió Ruguilla las primeras letras, pueblo este de sus abuelos y al que su padre se trasladó desde Luzón, hasta pasar al Instituto Brianda de Mendoza de Guadalajara, y de aquí a la Universidad de San Carlos de Madrid, donde se especializó en otorrinolaringología, y en donde fue alumno de prestigiosos hombres de ciencia, como Santiago Ramón y Cajal “quien explicaba la lección mirando al techo, con dicción continuada y monótona”.

Sus constantes achaques de salud le llevaron a visitar a numerosos médicos de Madrid y Navarra, ya que a temprana edad se le detectó una epilepsia de la que se trató en Pamplona: “durante mi adolescencia y juventud sufrí de una docena de crisis epileptiformes que aun siendo sintomáticas correspondía a una predisposición paraxística reflejada en mi carácter impulsivo e inquieto, a mi genio pronto y excitabilidad exagerada”.

No obstante, concluyó con éxito su licenciatura en medicina, aunque nunca llegó a doctorarse: “En cuanto al Doctorado, desde luego no lo estudiaría como alumno oficial pues entre el cuartel por un lado y por el otro mi asistencia al Instituto Rubio me impedirían ir a clase, de suerte que como la matrícula gratuita tenía dos años de validez, me examinaría por libre o lo haría al año siguiente, cuando ya estuviera un poco desenvuelto en la vida; años adelante ese título de doctor solo podía servirme de adorno y como según va transcurriendo el tiempo me atraen menos las alharacas y adornos, he procurado ser docto sin importarme un ardid no ser doctor”.

Con anterioridad a su licenciatura, y de la mano de su padre, ejerció la medicina de manera “clandestina”, en Ruguilla y alrededores, practicando incluso operaciones que llegó a calificar de “estéticas”, como la del famoso “Chato de Abánades”.




Sus primeros años como licenciado en medicina transcurren entre la consulta que abre en Madrid, en la plaza de Santo Domingo, con otras por los pueblos de la Mancha, que recorre principalmente en los meses de verano, o los fines de semana, con objeto de mantener y acrecentar su clientela.

Contrajo un primer matrimonio en Madrid, con Carmen Bueno Paz, natural de Maranchón, y sobrina de la marquesa de Linares, de quien heredarían una pequeña fortuna que posteriormente perderían en inversiones inmobiliarias de poca rentabilidad, si bien y como otorrino comenzó a conseguir cierto renombre en el Madrid de 1920, tanto en el Hospital del Niño Jesús “interino y sin sueldo”, como en otros muchos centros que posteriormente le proporcionarían numerosa clientela.
Sin embargo, su verdadera vocación era la historia, tratando de seguir los pasos de su tío Manuel Serrano Sanz. Junto a él se instruyó en algunas ciencias menores, comenzando posteriormente a adentrarse en el mundo de los archivos tras el desmantelamiento del monasterio de Ovila, alguna de cuyas tierras fue adquirida por su familia tras la desamortización, llegando incluso a adquirir el monasterio en la primera; compra que posteriormente fue anulada.

A su primer libro sobre Ovila sucedería un segundo sobre los conventos en la provincia de Guadalajara, y a este su ya clásico “Castillos de Guadalajara”, y un cuarto que tituló “Arquitectura Románica en la provincia de Guadalajara”, dedicado a su mujer, Carmen Bueno, fallecida unos meses antes de su aparición, el 12 de octubre de 1933, a causa de un accidente de tráfico en las cercanías de Guadalajara. Su tío Manuel había fallecido por las mismas fechas del año anterior, y se le pidió que le sustituyese en el puesto de Cronista Oficial de la Provincia. Cosa que aceptaría en 1934.

Tras la muerte de Carmen llegarían unos meses de inactividad, tras los que retomó su labor investigadora, interrumpida por la Guerra Civil; tras la que editó su famosa “Historia de Guadalajara y sus Mendoza”, “La Historia de la Villa de Atienza” y la “Historia de la Villa Condal de Cifuentes”. Estas fueron sus tres grandes obras, a las que añadiría multitud de pequeñas monografías sobre la práctica totalidad de la provincia; unas veces en largos artículos publicados en revistas especializadas y otras a través de la prensa provincial, en la que llegó a publicar cerca de dos mil artículos sobre variedad de temas, históricos, costumbristas, de opinión o debate.

Su larga trayectoria fue reconocida con multitud de premios y medallas, nacionales y provinciales, siendo igualmente nombrado Hijo Predilecto de la Provincia, Hijo Predilecto de Luzón, Hijo Adoptivo de Atienza y Cifuentes, etc.

Murió en Madrid, el 8 de mayo de 1971, a consecuencia de una afección pulmonar, complicada con otros achaques de corazón, siendo enterrado en el cementerio de Guadalajara al día siguiente, en la misma sepultura en la que descansaba su primera mujer, Carmen Bueno, a pesar de que en la década de 1940 había contraído nuevas nupcias con Teresa Gregori Castelló. Sin embargo, el recuerdo de Carmen siempre lo tuvo presente, pidiendo bajar a la tumba con la alianza de su primer matrimonio, y la medalla que Carmen le regaló el día de su matrimonio, siendo cubierto su féretro por una bandera de Guadalajara que aquella le había bordado al poco de su matrimonio.

Don Francisco Layna Serrano es, sin duda de ninguna clase, el hombre, y el nombre, que define a la provincia de Guadalajara. A la del siglo XX. El nombre a través del cual muchos guadalajareños han llegado al conocimiento de la historia provincial.

lunes, 19 de septiembre de 2016

JOSÉ ANTONIO OCHAÍTA. LA VOZ DE LA ALCARRIA

 JOSÉ ANTONIO OCHAÍTA. LA VOZ DE LA ALCARRIA


JOSÉ ANTONIO OCHAÍTA ES, SIN LUGAR A DUDAS, LA VOZ DE LA ALCARRIA. EL HOMBRE QUE LANZÓ GUADALAJARA AL ESTRELLATO DE LA CACIÓN, DE LA COPLA, DEL TEATRO RIMADO.


EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS EN LA POESÍA MÍSTICA, ÍNTIMA, SENTIDA… EL AUTOR DE LETRAS DE CANCIONES MÍTICAS, DE DISCOS IRREPETIBLES.

EL HOMBRE QUE SIGUIÓ LOS PASOS DE FRANCISCO LAYNA SERRANO...

EL HOMBRE QUE MURIÓ ENTONANDO VERSOS, SOBRE UN ESCENARIO…

JOSÉ ANTONIO OCHAÍTA. LA VOZ DE LA ALCARRIA. EL PRÍNCIPE DE LA COPLA. El libro: http://www.amazon.es/dp/1534853707

  • Tapa blanda: 224 páginas
  • Editor: CreateSpace Independent
  • Idioma: Español
  • ISBN-10: 1534853707
  • ISBN-13: 978-1534853706

martes, 13 de enero de 2015

FRANCISCO LAYNA SERRANO/LAS CAVERNAS PREHISTÓRICAS DE EL COTO (GUADALAJARA)

En aquellas charlas que manteníamos, me recordaba don Francisco Layna: "Publiqué en un semanario, del que no recuerdo el nombre, un largo artículo describiendo las cuevas prehistóricas de El Coto existentes en los peñascos de un monte entre Sotoca y Ruguilla, trabajo que lamento haber perdido, por ser mi primer escrito que vio la luz pública..." Corría el mes de abril de 1909. A mandar, maestro, le hallé su primer artículo.









miércoles, 3 de diciembre de 2014

FRANCISCO LAYNA SERRANO, EL SEÑOR DE LOS CASTILLOS




 Apenas pasaron unos días desde aquel 12 de octubre de 1933 en el que Carmen Bueno perdiío la vida en un accidente de circulación.

Francisco Layna confesó haber perdido, con la muerte de su esposa, la otra mitad de su vida. Bajo el manto de flores, un año después de aquel suceso, gravó el nombre de su esposa en la lápida. Decidió que el día en el que él muriese fuese enterrado allí y llenó de simbolismos la sepultura, en el cementerio de Guadalajara: las dos columnas rotas, señal de su vida rota... El Gálata moribundo...

jueves, 27 de noviembre de 2014

sábado, 22 de noviembre de 2014

FRANCISCO LAYNA SERRANO. EL SEÑOR DE LOS CASTILLOS/ LA BIOGRAFÍA

La vida y obra de Francisco Layna Serrano en un solo libro. Su coste: 20 euros, incluidos gastos de envio.atienzadelosjuglares@gmail.com

FRANCISCO LAYNA SERRANO / CÁCERES 1935

También sobre Cáceres, escribió Francisco Layna Serrano. Revista Oasis. Número 14. Diciembre 1935

martes, 18 de noviembre de 2014

FRANCISCO LAYNA SERRANO/GALVE DE SORBE

Francisco Layna Serrano, además de médico, historiador y articulista, fue uno de los pioneros de la fotografía en Guadalajara, La Rioja, Cáceres, etc.

Fue patrono del Museo del Pueblo Español, al que dotó de algunos objetos coleccionados por él a lo largo del tiempo, entre ellos imágenes como la presente, producto de un viaje realizado a Galve de Sorbe (Guadalajara), con objeto de conocer el lugar en el que su padre ejerció la medicina.

Al reverso de la foto dice: Serrana de Galve de Sorbe. Está fechada en 1935, sin embargo la foto es algo anterior a esa fecha.

domingo, 16 de noviembre de 2014

FRANCISCO LAYNA SERRANO/ ATIENZA 1946

Francisco Layna Serrano. Palacio de El Pardo. Entre al Jefe del Estado del título de Priostre Honorario de La Caballada.


lunes, 27 de octubre de 2014

domingo, 9 de septiembre de 2012

Francisco Layna Serrano. El Señor de los castillos. (La chica del cántaro. Historia de una foto)

La chica del cántaro (o historia de una foto).

Corría el mes de agosto de 1921 cuando Francisco Layna y Carmen Bueno se marcharon de excursión a Mérida:

"  Con los pies descalzos, erguido el talle, la mano en la cadera y sobre la cabeza enhiesta el rojo cántaro para agua, al pasar ante nosotros las muchachas del pueblo, dijo una a la otra:

- No es verdad que estos señoritos que deben ser de Madrid y recién casaos están para un retratino? Si me dejaran esa máquina que llevan les hacía uno.

- Si estás dispuesta, te lo agradeceré, muchacha -contesté-, yo prepararé la máquina y será el mejor recuerdo que llevamos de Mérida.

- Por mi si, señorito -replicó un poco ruborosa mientras se quitaba el cántaro de la cabeza.

Coloqué la máquina sobre el trípode, después de enfocar la dije como tenía que apretar el disparador, fui a mi sitio y aquella buena extremeña nos hizo un retrato que conservo. ¿Verdad Carmela mía que muchas veces al verlo hemos recordado con deleite aquel día de Mérida y después de darnos un beso prometimos volver?"


Es la historia de una foto, que nunca se pudo repetir.
Puedes conocer toda la historia en "Francisco Layna Serrano. El Señor de los Castillos. Otra historia de Guadalajara".

lunes, 9 de julio de 2012

Francisco Layna Serrano. El señor de los castillos

La biografía entera, completa y definitiva, sobre Francisco Layna Serrano.
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 Te la remitimos por correo, su precio: 20 euros, en los que se incluyen los gastos de envío.

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Francisco Layna Serrano, el señor de los castillos

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Francisco Layna Serrano. El señor de los castillos. Biografías

Biografías en Septiembre




Vuelve Layna Serrano

Recordamos ahora un libro de gran consistencia que fue editado hace unos años, pero que sigue manteniendo su valor informativo. Es un libro que ha escrito, y se ha editado él mismo, el atencino Tomás Gismera Velasco. Lo titula con el nombre del personaje en cuestión, Francisco Layna Serrano, y lo subtitula dos veces: una le da el apelativo de “señor de los castillos” y otra especifica que este libro, esta biografía, es “otra historia de Guadalajara”. Un libro es este que sin malabarismos gráficos ni de diseño, entra en materia desde el primer momento. Tras un hermoso prólogo de Félix Utrilla Layna, sobrino del biografiado, se presenta la figura de quien fuera Cronista Provincial de Guadalajara en el comedio del siglo XX. Un hombre culto y dinámico, médico de profesión, y, sobre todo, apasionado por defender su tierra de los diversos manotazos que la fortuna –cuando no la insidia y la dejadez- le fueron dando en su tiempo.
Nació Layna en Luzón, en 1893, hijo de médico rural. Y alcanzó a estudiar en Sigüenza y luego en Guadalajara. Con pantalones cortos anduvo subiendo la venerable escalera del antiguo Instituto, al que entonces se entraba por la calle del Museo. Uno más de cuantos por subir esa escalera, se enamoraron sin remedio de los Mendoza, de doña Brianda, de la heráldica y los artesonados renacentistas ¿Tendrá algún poder mágico su piedra cérea? Pasó los veranos con su gente, su familia alcarreña en la que abundaron profesores, filósofos, médicos y periodistas. En Cifuentes y en Ruguilla, junto al Tajo, por Trillo... y al hacerse mayorcito a Madrid, a estudiar Medicina en las aulas del viejo hospital de San Carlos, en Atocha. Por entero se dedicó al estudio de la ciencia, haciéndose especialista en Otorrinolaringología junto a los pioneros de esta rama, como Horcasitas, Tapia, Compaired... Puso su clínica en la calle de Hortaleza, viajó por provincias (iba a Manzanares, o a Logroño, a operar, a ver enfermos difíciles que le reclamaban) y se casó con una mujer joven y entusiasta como él por la ciencia, los viajes, la lectura y la plena aventura de vivir.
Hacia 1931, cuando los dueños del Monasterio de Ovila, que entonces estaba en término de Azañón, pero al que se bajaba cómodamente desde Sotoca, decidieron vendérselo al representante en España de William R. Hearst, Layna arrancó como una potente locomotora a luchar contra el grandioso expolio. Se llevaban a Estados Unidos un monasterio cisterciense y medieval, alcarreño, entero, comprado por cuatro perras, y aquí nadie se enteraba o, si acaso, miraba para otro lado. Ese fue el espoletazo que le hizo a Layna entrar en el ámbito de la investigación histórica, en el estudio del arte, en la carrera sin fin de la defensa del Patrimonio. Se saldó con ambivalente resultado: porque si no consiguió evitar el expolio (del monasterio una parte fue a California, otra a empedrar las calles de Cádiz, y otra se quedó cubierta de ortigas junto al Tajo) al menos el hecho sirvió para que él realizara una magnífica historia de Ovila, y con sus propios dineros la editara, quedando así la constancia eterna del desaguisado. Ello sirvió, además, y esa es la clave, para que Francisco Layna se lanzara al estudio, análisis y defensa de nuestro patrimonio. Y lo hizo junto a su esposa Carmen Bueno, con todo el entusiasmo que da a estas cosas el amor verdadero, y la juventud.
Empezó por estudiar y fotografiar las construcciones de estilo románico, y al tiempo se puso con otra obra de mayores vuelos: el análisis de los castillos de la provincia, que suponía también su visita, el levantamiento de planos, y la indagación de su historia, la de sus personajes, la de sus instituciones. Ahí abrió Layna la brecha de una “gran historia provincial” que si nunca llegó a cuajar en título, sí lo hizo en la realidad de ese libro.
Y en medio del trasiego por pueblos y cerros, la desgracia total: un fatal accidente en su automóvil, el 12 de octubre de 1933, hizo que perdiera a su esposa, y él un ojo. La vida rota en su inicio. Pero ahí es donde se mide a los grandes hombres: no en el aplauso continuo de los demás, en la molicie de tener y gastar, sino en la desgracia honda. Y ahí creció el Layna que todos conocemos. Disparó su vida, además de en la Medicina, en los estudios históricos. Y de ahí (y de su reclusión forzosa en su casa de Madrid durante los tres años de Guerra Civil) salieron la “Historia de Guadalajara y sus Mendozas”, la “Historia de Atienza”, la “Historia de Cifuentes”, sus estudios sobre el “Palacio del Infantado”, y mil cosas más que fue descubriendo y publicando en revistas, en monografías, en artículos de este mismo Semanario. Casi todos los libros se los editó él mismo, pues sin hijos ni obligaciones añadidas, con el buen pasar que por entonces daba el ejercicio de la Medicina, tuvo dinero para afrontar los gastos de edición de unos libros muy costosos que casi nadie compraba. Al final, no sólo se agotaron, sino que hoy (lástima que él ya no pueda verlo) se han convertido en auténticas piezas de lujo, meta de coleccionistas bibliófilos, tesoros para muchas bibliotecas).
Esta biografía que aquí pergeño a levísimos vuelos, la pone en detalle máximo, con precisión de datos y fechas, con certeza absoluta de personajes, acontecimientos y anécdotas el autor del libro que motiva esta página, Tomás Gismera Velasco. Él mismo dice que este libro, que le ha llevado nueve años escribirlo, nació de su admiración por Layna. Y es verdad: quien entra a leer los libros laynescos, quien se aventura a través de sus páginas por los remotos avatares de nuestra común historia, no puede por menos que asombrarse y hacerse adicto al viejo cronista. Es una reacción química. Por eso, sin duda, quien hoy no le aprecia, o incluso le denosta (que los hay, que los hay) es que no le ha leído.
Un aplauso muy fuerte a Gismera por este libro. Todos cuantos admiramos a Layna, y somos devotos suyos desde hace muchos años estamos felices de que esta biografía haya sido escrita. Y el agradecimiento a su autor es doble: uno, por escribirla. Y dos, y aún casi más importante, por haber dado el difícil paso de editárselo a su costa. Este era un libro que, con toda lógica, debería haber editado la Diputación Provincial. Era su cronista, su historiador, el escritor de gesto miope pero vigilante y tierno que muestra su estatua ante la puerta de la provincial institución... todo un monumento al ser humano con apellido de guadalajareño. Pero, las cosas han ido como han ido, y en esta tierra ya se sabe que es mejor confiar en los ánimos de sus gentes, que a veces sorprenden y arrollan, más que en las iniciativas institucionales. Layna, en fin, tiene desde ahora un nuevo monumento, entero y sereno, multiplicado en las bibliotecas de cuantos le queremos y admiramos.

Francisco Layna Serrano. El señor de los castillos

FRANCISCO LAYNA SERRANO




FRANCISCO LAYNA SERRANO




“Nací en un pueblo llamado Luzón, perteneciente al antiguo señorío de Molina, en la provincia de Guadalajara, y puede decirse que no lo conozco pues teniendo uso de razón solo estuve en él una tarde con el objeto exclusivo de ver en que clase de lugar vine al mucho, hecho acaecido en la madrugada del 27 de junio de 1893; por cierto, muchas prisas sentí por asomarme a este valle de lágrimas pues nací sietemesino y estuve dos meses entre la vida y la muerte, hasta que cumplido el plazo natural de la existencia intrauterina, la robustez progresiva fue sustituyendo a la endeblez primera.
Ejercía mi padre en aquel lugar su profesión de médico, pero al año de nacer yo se obstinó en marcharse de allí sin mirar el perjuicio de sus intereses, siendo la causa la pugna entre su exagerado puntillismo y la cabezonería de los luzoneros, dignos descendientes de los iberos, lusones, que tan malos ratos dieron a los romanos hasta verlos sometidos. El quería que le pagaran los partos independientemente de la iguala, a lo que mis paisanos se opusieron alegando la razón suprema de no haber sido nunca costumbre, pero como estaban muy satisfechos de su servicio, aviniéronse a pagarle mayor iguala. No quiso ceder mi padre, ellos tampoco, anunció su marcha y ya no hubo modo de evitarla. Volver atrás le parecía deshonor, aún cuando a última hora el pueblo se avino con sus pretensiones, renegando de su habitual cabezonería; la que me caracteriza muestra bien a las claras que no en balde me bautizaron con agua de Luzón”. (Francisco Layna Serrano. Memorias. “El escenario de mi infancia”).

Tras aquel incidente pasó a residir a Ruguilla, a la casa familiar de sus abuelos. En Ruguilla estudió las primeras letras, hasta pasar al Instituto Brianda de Mendoza de Guadalajara, y de aquí a la Universidad de San Carlos de Madrid, donde comenzó sus estudios de medicina, especializándose en otorrinolaringología, y en donde fue alumno de prestigiosos hombres de ciencia, como Santiago Ramón y Cajal “quien explicaba la lección mirando al techo, con dicción continuada y monótona; la mayor parte de los alumnos desfilaba confiada en la fingida distracción del maestro que simulaba no advertir el poco respetuoso éxodo, pero los que nos acercábamos para oír mejor prestando atención a sus explicaciones, estábamos pendientes de sus labios y nos parecía breve el tiempo que duraba su perorata, literaria en la forma y de meridiana claridad de concepto”.
Sus constantes achaques de salud le llevaron a visitar a numerosos médicos de Madrid y Navarra, ya que a temprana edad se le detectó una epilepsia de la que se trató en Pamplona: “durante mi adolescencia y juventud sufrí de una docena de crisis epileptiformes que aun siendo sintomáticas correspondía a una predisposición paraxística reflejada en mi carácter impulsivo e inquieto, a mi genio pronto y excitabilidad exagerada”.
No obstante, concluyó con éxito su licenciatura en medicina, aunque nunca llegó a doctorarse: “En cuanto al Doctorado, desde luego no lo estudiaría como alumno oficial pues entre el cuartel por un lado y por el otro mi asistencia al Instituto Rubio me impedirían ir a clase, de suerte que como la matrícula gratuita tenía dos años de validez, me examinaría por libre o lo haría al año siguiente, cuando ya estuviera un poco desenvuelto en la vida; años adelante ese título de doctor solo podía servirme de adorno y como según va transcurriendo el tiempo me atraen menos las alharacas y adornos, he procurado ser docto sin importarme un ardiz no ser doctor”.
Con anterioridad a su licenciatura, y de la mano de su padre, ejerció la medicina de manera “clandestina”, en Ruguilla y alrededores, practicando incluso operaciones que llegó a calificar de “estéticas”, como la del famoso “Chato de Abánades”.
Sus primeros años como licenciado en medicina transcurren entre la consulta que abre en Madrid, con otras por los pueblos de la Mancha, que recorre principalmente en los meses de verano, o los fines de semana, con objeto de mantener y acrecentar su clientela.
Contrajo primer matrimonio en Madrid, con Carmen Bueno Paz, natural de Maranchón, y sobrina de la marquesa de Linares, de quien heredarían una pequeña fortuna que posteriormente perderían en inversiones inmobiliarias de poca rentabilidad, si bien y como otorrino comenzó a conseguir cierto renombre en el Madrid de 1920, tanto en el Hospital del Niño Jesús “interino y sin sueldo”, como en otros muchos centros que posteriormente le proporcionarían numerosa clientela.
En 1922 fundo la Asociación Médico Quirúrgica de Correos y Telégrafos: “He de confesar que ni los socios ni los médicos han olvidado que fuí el fundador de la asociación y continuo siendo su mas ardiente paladín, no obstante algunas amarguras sufridas, y se me considera mucho y se me pide parecer. En aquellos primeros meses, en la junta directiva, aunque cada cual teníamos un cargo, no había ni presidente, ni tesorero, ni vocales ni señor médico más que para las cuestiones de protocolo. Lo mismo acontecía en las juntas generales, recordando que en una al debatirse la cuestión de especialistas en cirugía, me levanté para decir que proponía un cirujano del que se podía responder como técnico y persona amable, bastó que fuera yo quien hizo la propuesta para que se aceptara por aclamación ya que mi nombre era en aquel tiempo suprema garantía; así pues fue nombrado el doctor Rementería al que entonces solo conocía de referencias, pero excelentes, ni yo he tenido que arrepentirme de la propuesta ni los socios de su voto de confianza; de entonces a acá cuánto ha variado la asociación por culpa de los advenedizos, de los intransigentes y de los envenenados por la lucha de clases”.
Sin embargo, su verdadera vocación era la historia, tratando de seguir los pasos de su tío Manuel Serrano Sanz. Junto a él se instruyó en algunas ciencias menores, comenzando posteriormente a adentrarse en el mundo de los archivos tras el desmantelamiento del monasterio de Ovila, alguna de cuyas tierras fue adquirida por su familia tras la desamortización, llegando incluso a adquirir el monasterio en la primera, compra que posteriormente fue anulada.
A su primer libro sobre Ovila sucedería un segundo sobre los conventos en la provincia de Guadalajara, y a este su ya clásico “Castillos de Guadalajara”, y un cuarto que título “Arquitectura Románica en la provincia de Guadalajara”, dedicado a su mujer, Carmen Bueno, fallecida unos meses antes de su aparición, el 12 de octubre de 1933, a causa de un accidente de tráfico en las cercanías de Guadalajara. Su tío Manuel había fallecido por las mismas fechas del año anterior, y se le pidió que le sustituyese en el puesto de Cronista Oficial de la Provincia.
Tras la muerte de Carmen llegarían unos meses de inactividad, tras los que retomó su labor investigadora, interrumpida por la Guerra Civil, tras la que editó su famosa “Historia de Guadalajara y sus Mendoza”, “La Historia de la Villa de Atienza” y la “Historia de la Villa Condal de Cifuentes”. Fueron sus grandes obras, a las que añadiría multitud de pequeñas monografías sobre la práctica totalidad de la provincia, unas veces en largos artículos publicados en revistas especializadas, y otras a través de la prensa provincial, en la que llegó a publicar cerca de dos mil artículos sobre variedad de temas, históricos, costumbristas, de opinión o de debate.
Su larga trayectoria fue reconocida con multitud de premios y medallas, nacionales y provinciales, siendo igualmente nombrado Hijo Predilecto de la Provincia, Hijo Predilecto de Luzón, Hijo Adoptivo de Atienza y Cifuentes, etc.
Murió en Madrid, el 8 de mayo de 1971, a consecuencia de una afección pulmonar, complicada con otros achaques de corazón, siendo enterrado en el cementerio de Guadalajara al día siguiente, en la misma sepultura en la que descansaba su primera mujer, Carmen Bueno, a pesar de que en la década de 1940 había contraído nuevas nupcias con Teresa Gregori Castelló. Sin embargo, el recuerdo de Carmen siempre lo tuvo presente, pidiendo bajar a la tumba con la alianza de su primer matrimonio, y la medalla que Carmen le regaló el día de su matrimonio, siendo cubierto su féretro por una bandera de Guadalajara que aquella le había bordado al poco de su matrimonio.
Para saber más: Biografía completa: "Francisco Layna Serrano, el Señor de los Castillos". Tomás Gismera Velasco. Guadalajara 2002.

Francisco Layna Serrano, el señor de los castillos

http://www.uclm.es/ceclm/librosnuevos/2003febrero/FRANCISCO_LAYNA.htm

ÍNDICE

A MANERA DE PRÓLOGO 13

Capítulo 1.
EL HIJO DEL MÉDICO 15

Capítulo 2.
RUGUILLA 23

Capítulo 3.
EL DOCTOR LAYNA SERRANO 31

Capítulo 4.
DON MANUEL SERRANO SANZ 41

Capítulo 5.
EL MONASTERIO DE ÓVILA 55

Capítulo 6.
LA GRAN AVENTURA DE LOS CASTILLOS 79

Capítulo 7.
TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN A CARMEN 95

Capítulo 8.
UN HOGAR PARA UNA DAMA 107

Capítulo 9.
LA GUERRA DE LOS MENDOZA 121

Capítulo 10.
ATIENZA, HISTORIA DE UNA PASIÓN 133

Capítulo 11.
UNA COLMENA Y UN PANAL 151

Capítulo 12.
GUADALAJARA 1948 165

Capítulo 13.
UN PALACIO COMO NINGUNO 177

Capítulo 14.
CIFUENTES, UN LIBRO Y UNA LAPIDA 197

Capítulo 15.
SIGÜENZA, CIUDAD MITRADA 209

Capítulo 16.
DE LUZÓN, CABEZÓN 221

Capítulo 17.
DON FRANCISCO 235

Capítulo 18.
HA MUERTO PACO LAYNA 249

Francisco Layna Serrano. El Señor de los Castillos